Una noche el maestro se reunió con los discípulos, y les pidió que encendiesen una hoguera para que pudiesen conversar en torno a ella.
– El camino espiritual es como el fuego que arde ante nosotros. El hombre que desee encenderlo ha de soportar el humo desagradable, que hace que la respiración sea difícil y que produce lágrimas en los ojos. Así es la reconquista de la fe.
Y prosiguió:
– Sin embargo, una vez que el fuego está encendido, el humo desaparece y las llamas lo iluminan todo, dándonos valor y calma.
Uno de los presentes intervino:
– ¿Y si alguien encendiera el fuego por nosotros? ¿Y si alguien nos ayudase a evitar el humo?
La respuesta del maestro no se hizo esperar:
– Si alguien hiciese eso, sería un falso maestro que puede dirigir el fuego a su voluntad, o apagarlo en el momento que quiera. Y como no enseñó a nadie a encenderlo, puede dejar el mundo entero a oscuras.