Cada vez que nos arriesgamos en busca de algo que nos conmueve, de algo que nos aporta satisfacción, algo en lo que ponemos todas nuestras esperanzas, debemos hacerlo sabiendo que una de las posibilidades es fracasar.

Es cierto que si nos quedamos en la mediocridad, podremos durante un tiempo alargar la desagradable sensación de haber “perdido”, alargarla, por que el no hacer nada, el pararnos, acrecienta nuestra impotencia frente a los desafíos, más básicos de la vida.

Cuando las cosas no salen como esperamos, aparecen nuestras emociones negativas, la ira, el miedo, la culpa y un cansancio psicofísico, que nos avisa, que es momento de parar.

Es importante que en este punto seamos capaces de discernir la diferencia entre un juicio de valor por lo sucedido y la realidad del hecho ocurrido. Pues emitimos de una forma casi automática nuestra visión respondiendo a lo que sentimos, como una verdadera agresión hacia nuestra persona.

Si diferenciamos, podremos comenzar el camino de fortalecimiento de nuestra autoestima; pues todo se convierte en un huracán, donde mezclamos los hechos con nuestra agresión personal; y en como nos influye el éxito no conseguido.

La vida muchas veces no nos da la oportunidad de pararnos a pensar si podemos o no seguir adelante, y es importante preguntarnos alguna vez

¿Qué significa una derrota para mí?

¿Cómo valoro la situación desde un punto de no agresión?

¿Ha dependido de mí?

¿Qué es lo peor que puede pasar a partir de este momento?

¿Qué alternativas tengo?

¿Con quién cuento?

¿Qué me hace falta?

Y es aquí, con la respuestas que nos demos, cuando comenzamos a subir el primer peldaño de nuestra autoestima: con respeto, dignidad, sentimientos de valor, optimismo…. Generando un crecimiento personal que fortalece nuestra creencia en nosotros mismos.

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